Coetzee es una especie de pez volador

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Si se nos permite una interpretación paradójica y caprichosa de una de las frases más curiosas del capítulo que abre este libro, Coetzee es una especie de pez volador. Es un escritor, un excelente escritor por cierto, pero también un pensador.

En “Elizabeth Costello, ocho lecciones” -el subtítulo no está en la tapa- leemos claramente esa “doble pertenencia”. Una anciana escritora que viaja por el mundo dando lecturas y a quien vamos conociendo de a poco, de manera fragmentaria, anti-biográfica. Es que realmente no conocemos a nadie en la manera en que se nos han narrado las biografías, desde el nacimiento hasta la muerte, como en una novela. El procedimiento de Coeztee intercala escenas construidas con elementos austeros y significativos, con monólogos y diálogos que son auténticas gestas intelectuales.

Vegetariana militante, feminista sin prejuicios, madre ausente, escritora impertinente, las reflexiones de Costello no se limitan, ni mucho menos, al arte de narrar. Sutilmente, a través de ellas, va exponiendo la vida de la protagonista, sus ideas, y su profunda visión del mundo. Es imposible no tomarle cariño. Su melancólica madurez y su coraje, escandidos en estas ocho excursiones al mundo tan precariamente civilizado en el que vive, componen la verdadera novela. Entretanto, nos permitimos entusiasmarnos con su valiosa visión del mundo, y el poder de sus alocuciones. Y todo lo demás es literatura.

“Elizabeth Costello” J. M. Coetzee DeBolsillo! (2012) ISBN: 9789875668591 240 pág.


Gabriel Falcone

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Levrero se “hizo a sí mismo”

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Jorge Mario Varlotta Levrero fue, a la vez, Jorge Varlotta y Mario Levrero ¿Seudónimos, heterónimos? No es posible hablar en esos términos cuando se trata de la misma persona. Lo que pasó con Jorge, o Mario, o Levrero (no nos compliquemos con cuestiones espinosas como el concepto de “autor”) fue producto de su quehacer profesional.

Levrero, sigamos con Levrero mejor, se “hizo a sí mismo”. Pero no en el sentido del hombre autorrealizado (el exitoso emprendedor a lo Henry Ford). Él sufrió las dificultades de “convertirse en escritor”, una vocación difícil cuando no se parte de una posición al menos relativamente cómoda. Podríamos decir que Jorge era un buscavidas. Fue librero, fotógrafo, autor de parapsicología, editor de una revista de entretenimientos (componía palabras cruzadas y juegos), publicista, y llegó a dirigir en Montevideo un taller de literatura. Entretanto, como Varlotta jugaba con los géneros populares en una especie de sátira ligera, y como Levrero escribía, desde cierta dificultad, cierta agonía e inseguridad creativa, una literatura íntima; ambos en una clave propia y distinta.

Cuando leemos sus novelas y relatos de ficción nos enfrentamos con un material que está fuera de cualquier género. Relatos de sueños, sueños legibles, terriblemente legibles. Algunos son pura atmósfera, otros un entretejido complejo de símbolos sutiles. La escritura de Levrero es una de las posibilidades de narrar una interioridad rica, y lo hace sin egolatría. En sus novelas por comodidad, esas donde todo lo que haya entre tapa y tapa se sospecha novela, desde “El Discurso Vacío” hasta la póstuma “La Novela Luminosa” el mundo del relato onírico y el registro autobiográfico superponen de manera magistral.

En su obra encontramos frecuentemente un narrador perdido en el escenario de sus sueños. Nos deja entrever la precariedad del decorado, las sombras de los entretelones, la trastienda. Nos enfrentamos con el mundo de la fantasía, los deseos crudos, la realidad del inconsciente donde lo más propio aparece tan extraño y ajeno. Los protagonistas son despojados de todas sus pertenencias, hasta de su propio ser. Y nosotros presenciamos todo eso, entre la fascinación y el terror, con la intuición de que quizás nosotros tampoco seamos dueños de nada, ni de nosotros mismos.

Gabriel Falcone

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Escrito en el último año de su vida

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La Hora de la Estrella de Clarice Lispector fue escrita en el último año antes de su muerte. Esta novela lleva las marcas del profundo cambio de rumbo en el proyecto de escritura de Lispector. En un giro comenzado con "Agua viva" en 1973, sus novelas se vuelven más breves y escuetas.

Tengamos en cuenta, sin embargo, que Clarice fue una figura clave en la cultura brasilera de los años 60 y 70, y que la crítica fue despiadada con ella en la misma medida de su éxito. Acusada de producir novelas esquemáticas y melodramas, va profundizando una escritura cada vez más pura. Sobre todo luego del vuelco del 73', un período que ella llamará, paradójicamente, "la hora de la basura" y coronado por la novela póstuma "Un soplo de vida" (1977).

Atendiendo a las trágicas circunstancias que afectaron sus últimos años de vida, es claro cómo su narrativa se torna desencantada, aunque no oscura o ácida. Desde el accidente que quemó gran parte de su cuerpo en 1966, hasta el cáncer que cobró su vida en diciembre de 1977, vemos como sus obras se hacen más breves. El cliché de su famosa sensibilidad va desapareciendo y, a medida que incursiona en el periodismo, va desarrollando una prosa ágil, descarnada, y cruda (algunos dirán algo cínica), de una enorme eficacia y potencia.

Es en esta época que se inscribe "La hora de la estrella", su última obra publicada en vida. En ella el narrador (escribe la voz impecable de un hombre, un rol distante e impiadoso) cuenta la vida de la norestina Macabea, una empleada rasa de oficina sin más alegrías que los que ofrece una vida miserable. El fantasma de un personaje anónimo habita estas páginas, una melancolía no condescendiente lee los tenues signos delebles de una existencia que no dejará huellas en la crueldad de la cotidianeidad urbana. No nos engañemos, la brevedad aquí es una enorme virtud. Es una novela fulgurante e intensa, rica en imágenes e impresiones que difícilmente nos abandonen.

Gabriel Falcone

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